miércoles, junio 12, 2013

¿Y el ganador es....? - 2da parte

Hace unos seis meses nos preguntabamos, en este post, quienés eran las afortunadas firmas que habían logrado, en el marco del bloqueo casi total de giro de utilidades al exterior, acceder a los dolares del Banco Central. El informe sobre el MULC difundido el viernes genera las mismas preguntas:




Cuando todo el mundo tiene (ilegalmente, en tanto no hay norma que lo respalde) el acceso bloqueado ¿Quienes son las firmas que han logrado acceder a los dolares en concepto de utilidades y dividendos? ¿Por que? ¿Qué criterios se utilizaron para aceptar o rechazar? ¿Quienes son los funcionarios responsables de autorizar o denegar esos pagos? ¿Hay algún vinculo entre las firmas favorecidas y estos funcionarios? 

Preguntas. Preguntas. Preguntas. Preguntas. No tengo dudas de que cuando alguien se digne a investigar en serio quienes tienen acceso a la ventanilla oficial, mas de uno va a terminar en cana.

Será justicia




lunes, junio 10, 2013

El fantasma de la B

Hace algunas semanas, el 25 de mayo, se organizo un importante despliegue en Plaza de Mayo para festejar que se terminó la década ganando. Claro, no se aclaro entonces que se ganó, pero 1 a 0, con un gol en el minuto 8 del primer tiempo, tres jugadores expulsados (entre ellos los dos goleadores), con los ocho restantes metidos en el área propia aguantando pelotazos y a la espera de un partido de vuelta que se juega en cancha visitante y a 3.000 metros de altura.

Durante los últimos diez años la performance de la economía se ha deteriorado hasta llegar a la situación actual de decepcionante mediocridad. No solo vimos pasar aquel periodo de tasas chinas 2003-2007 en el que crecíamos a un envidiable 8.0% anual sino que quedó atrás también el digno crecimiento 2008-2011 de 4.5% (una vez descremada los 2pp anuales dibujados por el INDEC). Entramos, en 2012, al insípido rango del 2%, crecimiento al que no le sobra nada y que, a duras penas, logra mantener el nivel de empleo y las condiciones de vida de la población.

Sin embargo, pensando en los años próximos, hay suficientes desbalances acumulados como para que un crecimiento sostenido de 2% con inflación estable alrededor de 25% sea una buena noticia. A diferencia de la Argentina de los noventa, o de la Europa del siglo XXI, acorralados en un régimen duro de tipo de cambio fijo, el mayor riesgo actual no tiene que ver con largos periodos de recesión con desempleo creciente sino con una aceleración de la inflación o, como se dice en la jerga, con un cambio del “régimen inflacionario”.

El país se mueve desde hace algunos años en un sendero relativamente estable de precios subiendo al 20%/25% por año. Esta aparente estabilidad puede dar una falsa sensación de equilibrio y, sin embargo, creo que la situación actual es de transición (suponiendo que no se haga algo explicito desde la política económica para evitarlo) hacia otra varios escalones más arriba. Las razones que me llevan a creer esto son muchas.

En primer lugar, la situación fiscal muestra una tendencia visible al deterioro no solo de su resultado sino también de su fuente de financiamiento, con un peso creciente del Banco Central como prestamista de última instancia del tesoro. Los números hablan por sí solos. Tan sólo en 2012, el Central transfirió al tesoro, a través de distintos mecanismos (los adelantos transitorios, las letras intransferible, las utilidades) unos USD 20 mil millones, es decir, unas siete veces el presupuesto de la Asignación Universal por Hijo, algo más de 4% del PBI o el 15% de todos los ingresos del Sector Público Nacional. La política monetaria del Banco Central ha perdido la batalla por la soberanía, subordinándose al secundario rol de apéndice de la política fiscal.


La debilidad fiscal y el financiamiento con emisión se complementan con un segundo factor, sobre el cual, para no meterme en un terreno en el cual juego de visitante, no haré mayores comentarios: la debilidad política. La falta de credibilidad y de capacidad de “enforcement” que coordinen expectativas y decisiones y la necesidad de recuperar adhesiones suelen tener consecuencia negativas tanto sobre las cuentas públicas como sobre el proceso inflacionario. La tentación de hacer concesiones económicas financiadas con dinero recién salido de la casa de la moneda suele ser inversamente proporcional con el capital político. O dicho de otra manera ¿Alguien duda que los recursos del central (sus reservas o sus pesos) son un botín lo suficientemente tentador como para que un ejecutivo codicioso se abstenga de utilizar si la situación electoral se le complica?

En tercer lugar, el país registra una creciente debilidad de balance de pagos cuyo exponente más visible es la pérdida de reservas de la primera mitad del año por primera vez desde 2005. El riesgo de la escasez de dólares, cuya principal causa en esta oportunidad no es tanto deterioro de la cuenta corriente como de la cuenta capital, es que limita el margen de maniobra del gobierno. Como resulta cada vez evidente, la escasez (autoinflingida) de dólares obliga a la política económica a elegir entre decisiones inflacionarias ¿Cerrar importaciones (inflacionario) o dejar ir la cotización del dólar (inflacionario)?

En cuarto lugar, la economía acumula distorsiones de precios relativos, cuya corrección (voluntaria o forzada) eventualmente implicará un shock inflacionario. El retraso creciente de precios regulados que el gobierno ha utilizado como ancla de la inflación - servicios públicos, transporte, combustibles y, crecientemente, el dólar comercial - además de implicar costos fiscales crecientes – que crecen no lineal sino exponencialmente – reflejan inflación reprimida. Estos precios, que representan aproximadamente el 30% de la canasta promedio de consumo, crecieron en los últimos años más cerca de la inflación del INDEC que de la total. La inevitable corrección cuando llegue provocará no sólo un sensible salto de una vez en el nivel de precios, sino que también golpeara a toda una estructura económica y social mal acostumbrada a (y mal invertida en) precios relativos insostenibles.

En quinto lugar, el gobierno ha logrado, desde la implementación del cepo cambiario a fines de 2011, generar, a presión, demanda de pesos que emite para financiar el tesoro. Una cantidad creciente de los pesos (en particular en las empresas) se mantienen – a las tasas de interés actuales - por la simple razón de que no pueden huir al dólar. Esto representa un riesgo que hace un tiempo describía aquí : El creciente stock de pesos demandados a la fuerza no sólo eleva los costos de salida del cepo, sino que incrementa la probabilidad de un quiebre de la demanda de dinero, es decir, un (mayor) repudio del peso que presione sobre el dólar y sobre los precios.

La combinación de los factores mencionados previamente (la dependencia inflacionaria del financiamiento del tesoro, la - potencial - debilidad política, la fragilidad del balance de pagos, las crecientes disposiciones de precios relativos y la demanda de dinero sostenida con esteroides) vuelven a la estabilidad macroeconómica críticamente sensible a inesperados shocks exógenos. Llámese sequía, caída de precio de la soja o suba de precio del petróleo o incluso algún shock desde lo político (como fue en su momento, por ejemplo, la crisis del campo). Créanme que no quieren que les muestre donde quedaría la recaudación o el comercio exterior si la soja descendiera desde los USD 550 actuales a, digamos, USD 300. Crucemos los dedos para que al mundo no se le ocurra soplarnos en la nuca.

Todo esto configura un escenario no de crisis pero si profundamente preocupante o, como dice Roberto Frenkel, estar sentados arriba de un volcán. Estamos cerca de un punto de no retorno. Si Argentina cambia de régimen inflacionario (como ha sucedido hace pocos meses en Venezuela) el daño será permanente y, como tristemente hemos aprendido en nuestra historia, costará años revertirlo.

martes, junio 04, 2013

Freezeconomics

Luego de una década ganando, finalmente “la inflación” ha sido incorporada al lenguaje oficial. Por primera vez, y aunque los precios hayan subido cerca de 400% desde el 25 de mayo de 2003 (o más de 600% desde fines de 2001), oímos desde el gobierno o medios afines hablar de que los precios suben, aunque siempre acompañado de algún inevitable “yo no fui” que terceriza la culpa sobre quienes fijan los precios, como delantero que elogiado por la prensa por el gol en el partido que acaba de finalizar contesta “Gracias, pero no fui yo quien hizo el gol, sino el balón al atravesar la línea del arco”.

A partir del diagnóstico de “hay inflación porque los precios suben porque alguien los sube” el remedio es fácil: Prohibamos a alguien que suba los precios. Y en eso estamos, viendo cómo pasan los meses en este nuevo intento de frenar la inflación por decreto o, mejor dicho, con un acuerdo informal que nunca nadie ha visto pero que está, acompañado esta vez de un colosal e imperdonable derroche de recursos humanos que, se ve, no tienen mejor cosa para hacer.

¿Sirvieron para algo los tres meses de congelamiento en supermercados y tiendas de electrodomésticos? Poco ¿Servirá de algo el actual congelamiento de 500 productos? Para nada.

Congelar el precio en los supermercados, es decir determinar este segmento de productos como “ancla nominal” de la economía, puede actuar como herramienta antiinflacionaria a través de dos mecanismos. Por un lado, puede ser utilizado como medio para coordinar las expectativas sobre la evolución futura de los precios que, como se sabe, es parte fundamental del componente inercial de la inflación. Por otro lado, el “anclar” los precios minoristas puede tener un efecto arrastre sobre otros sectores, como ser eslabones previos en las cadena o las negociaciones paritarias.

Usar anclas es algo típico tanto de estrategia antiinflacionarias ortodoxas como heterodoxas. El gobierno elige una variable cuyo retraso en términos relativos está dispuesto a tolerar para contener el proceso inflacionario: El tipo de cambio, los agregados monetarios (y tasas de interés), precios, salarios, tarifas, etc. En aquellos planes de estabilización en los que los congelamientos de precios a gran escala eran parte central de la desinflación, abundan los fracasos (como el plan Austral o el Cruzado en Argentina y Brasil de los ochenta, o el experimento local de 1971 ) aunque hay también casos exitosos, como el plan de estabilización de Israel de 1985 .

El congelamiento de precios, en particular la versión autóctona que se concentra en el segmento minorista de supermercados y casas de electrodomésticos, corre en desventaja. A diferencia de otras anclas, el cumplimiento del congelamiento de precios de supermercados es tanto de difícil verificación como de hacer cumplir*.

Supongamos, como intentó hacerse entre febrero y mayo, que quieren congelarse todos los precios de los supermercados. El censo económico de 2003, cuando comenzaba a ganarse la década, registró un total de 400.000 comercios minoristas en todo el país, 10.000 de los cuales eran “supermercados con predominio productos de alimenticios y bebidas”.

Hagamos un cálculo de trazo grueso para dimensionar la magnitud del esfuerzo del que estamos hablando. Los 10.000 supermercados se distribuyen aproximadamente en 1.500 pertenecientes a grandes cadenas (donde se venden entre 20.000 y 25.000 productos por local), unos 1.000 medianos (con aprox 7.000/8.000 productos) y 7.500 pequeños (con 1.500/2.000 productos a la venta).

Estamos hablando de un intento de congelar entre 50 y 60 millones de productos a la venta, dejando afuera otros 120.000 comercios que compiten en sus productos con supermercados y otros 270.000 comercios minoristas que no venden alimentos**.

El gobierno se enfrenta decisiones contrapuestas. Si quiere una política que sea verificable y que pueda hacer cumplir, deberá bajar su potencia (por ejemplo, reduciéndola a 500 productos). Si quiere potencia, por ejemplo con un control generalizado, es inverificable e incontrolable. Así, mientras el gobierno puede sostener durante un tiempo otras anclas (tipo de cambio, tarifas, agregados monetarios, etc) la capacidad de forzar el anclaje en la venta minorista, por más militantes desplegados en la calle, es muy baja. ¿Cómo coordinar expectativas si ni siquiera sabemos si el congelamiento se está cumpliendo? ¿Cómo disciplinar hacia atrás en la cadena si es difícil forzar el cumplimiento del congelamiento?

Congelar los precios de los supermercados tiene un problema adicional. A diferencia de otros precios, el precio de los productos de los supermercados sube de forma periódica y solapada. Mientras salarios, tarifas, prepagas, expensas, transporte o educación, entre otros, tienden a permanecer quietos para concentrar las subas en un momento del tiempo, los precios de los supermercados ajustan más rápido pero menos. Un 10%/20% de los productos ajustan un 4%/5% por mes, y la inflación tiende a depender más de la primer variable (cada cuanto ajustan) que de la segunda.

Está característica tiene dos implicancias que la vuelven también una pobre herramienta antiinflacionaria. En primer lugar, en caso de ser exitosa, sus resultados son poco visibles. Tómese, por ejemplo, lo sucedido entre marzo y mediados de mayo, periodo para el cual en Elypsis contamos con una muestra de precios de algo menos de 100.000 productos en supermercados y casas de electrodomésticos. Aunque no tenemos muestra previa para comparar, durante esos dos meses y medio los precios subieron un digno 1.1%, o 0.4% promedio mensual. En un contexto de congelamiento imperfecto en el que el 5% de los precios registraron subas y bajas que casi se netearon ¿Nota la gente que hay menos productos ajustando ese 4%/5% para ajustar a partir de allí sus expectativas? No lo creo, y las encuestas sobre expectativas de inflación parecen mostrar lo mismo.
   
En segundo lugar, la mayor respuesta de ajuste en los supermercados eleva los riesgos de sobrerreacción una vez pasado el congelamiento. Aunque el resultado neto aún es positivo, nuestra muestra pasó de registrar subas en 4.7% de los productos durante marzo (y una cantidad similar de bajas) a 6.4% y 4.7% respectivamente en abril, 17% y 9% en la primer quincena de mayo y 28% y 6.2% en la segunda y 36% en la primera semana de junio. En tan sólo quince días desde descongelados, la inflación mensual de los supermercados trepó por arriba del 2.0%. Aunque resta saber en dónde termina la aceleración, la respuesta se registra rápida e intensa.
   
El resultado de este tira y afloje es una medida de poca eficacia que, lejos de ser inocua, tiene un efecto negativo. Como suele decir Daniel Heymann, citando a su vez a Axel Leijonhufvud, el costo negativo de la inflación no está asociado a la suba de precios – los agentes pueden adaptarse perfectamente a una suba estable y conocida de todos los precios – sino a su impacto sobre los precios relativos (es decir, el precios de cada cosa en relación al resto de las cosas), que se vuelven volátiles e inciertos. El congelamiento parcial (el único factible) empeora este panorama.

Tal como está planteada, la estrategia antiinflacionaria combina el peor de los mundos. Un intento de ancla en el comercio minorista que no sólo no coordina expectativas ni es controlable -más allá de un par de gritos a los supermercadistas – sino que incrementa la variabilidad de los precios relativos. Casi en simultáneo con el congelamiento en supermercados, el dólar blue subió de $6 a $9, comenzaron a cerrarse las paritarias, los agregados monetarios continuaron al 35%/40% a/a y se ajustaron al alza tarifas, transporte, tasas de interés. ¿Alguien duda que el veranito de tres meses es tan sólo inflación reprimida?

Atte

Luciano

*Podría haber puesto “enforzar” del ingles enforce, pero habiéndome burlado del “empoderar” de CFK no me pareció una buena idea.

** Unos 40.000 polirubros, unos 50.000 almacenes, unas 12.000 verdulerías, 13.000 carnicerías, 2.000 fiambrerías y unas 4.000 panaderías.