lunes, mayo 16, 2011

Déjà vu, Déjà vécu… Dejá BrazúK

Segunda apostilla en ESC de Aia Ray, nuestra amiga entendida en temillas de Comercio Exterior, que aquí nos desburra nuevamente sobre la situación comercial Brasiloargentina.

Déjà vu, Déjà vécu… Dejá BrazúK - Por Aia Ray

Una vez más abrimos el diario y leemos sobre una guerra comercial con Brasil.Una vez más escuchamos sobre represalias comerciales, enfrentamientos y sobre una pelea desigual contra nuestro mayor socio comercial. Una vez más nos adentramos en una nube de caos y confusión que parece tener un solo mensaje nítido: “guerra comercial con Brasil”=”Argentina pierde”.

Si bien nadie podría dudar de la veracidad de la igualdad precedente, sí podemos dudar de la existencia de una guerra comercial con nuestro principal socio. En efecto, según mi humilde entender, no sólo no existe tal guerra, sino siquiera una batalla. Es sólo un poco más de la misma película que ya hemos visto varias veces, esa que se llama “La mentira del Mercado Común del Sur que nunca fue siquiera una Zona de Libre Comercio”.

¿Por qué digo que no es una guerra? Lo que hemos visto en estos días no es una represalia como tal en tanto Brasil tan sólo incluyó algunos productos más al régimen de licencias no automáticas (LNA) que aplica a muchos bienes.

El sistema de LNA, a diferencia de otras medidas comerciales, es de carácter universal, es decir que NO discrimina según el origen. Todos los productos alcanzados por esta medida requieren de una certificación previa, sin importar el país de su procedencia. A mi entender, las represalias deben estar dirigidas a un país específico e implicar una verdadera traba al ingreso de los productos, como lo fue el año pasado el caso con China, cuando se dejó de comprar específicamente aceite de soja argentino.

Este mecanismo de LNA, aceptado por la Organización Mundial del Comercio (OMC), implica que los productos precisan de un trámite previo para poder ingresar al país. Se trata de una barrera no arancelaria, que hace más lenta la importación de estos bienes, la desalienta, pero en ningún caso significa una prohibición. A partir de la aplicación de las LNA, los productos podrán demorarse hasta un plazo máximo de 60 días (es decir, puede ser menos).

Y entonces ¿Por qué la disconformidad de Argentina? El eje de la queja está en que las autoridades locales no fueron avisadas con antelación. En efecto, en un período en que se intenta realizar un esfuerzo conjunto para monitorear el comercio bilateral, con comisiones específicas de seguimiento y monitoreo del intercambio bilateral que tratan los casos que pudieran llegar a afectar el comercio con nuestros socios del MERCOSUR, parece un paso en falso para el desarrollo sólido del mismo.

Pero entonces ¿Brasil no tiene razones para quejarse? Sí, muchas. Sin embargo, sus quejas no surgen no por la aplicación o extensión de nuestro régimen de LNA. En efecto, mientras Argentina aplica LNA al 13% de los productos comercializados, Brasil lo hace a casi el 40%. La disconformidad de Brasil surge por la demora en la entrega de certificados, que en muchos casos se extiende a más de 60 días.

No obstante, no es sólo eso. El mayor problema para Brasil, son el resto de las medidas no formales que aplica la Argentina. En el cuadro a continuación, se puede observar diverso tipo de medidas, entre las cuales, las últimas tres son medidas no formales y no permitidas entre las normas de comercio internacional (Click para agrandar).


Por ello, no hay que confundir las licencias no automáticas con el resto de medidas que se aplican. Las LNA tienen diversas funciones, entre las que se encuentra el monitoreo del comercio que pudiera ser desleal, pero es una medida lícita en el sentido que tiene reglas que se rige por normas internacionales, que es predecible y manejable. No es el caso de medidas tales como la de “importás si exportás”, que lleva a situaciones irrisorias como la de empresas automotrices comprometiéndose a exportar vinos, aceitunas o lo que fuere.

Es éste último tipo de medidas el que afecta profundamente al comercio con nuestros pares. Sin embargo, no sólo nuestros socios se ven perjudicados, sino también los diversos actores económicos locales. Cuando las medidas no están sujetas a ninguna regla, se genera incertidumbre y desaliento que sólo redunda en desinversión y freno al crecimiento.

En conclusión, lo que estamos viviendo no es una guerra comercial, sino simplemente países aplicando medidas según su conveniencia sin importar los esfuerzos conjuntos previos para el llevar adelante el monitoreo bilateral y evitar disconformidades entre los sectores económicos locales. Peor aún, siendo indiferentes a los compromisos asumidos bajo el ala del Mercorsur, ambos países están poniendo en jaque el desarrollo y la verdadera conformación del bloque.

Autor: Aia Ray

miércoles, mayo 11, 2011

Time is up, Lucas

Uno de los debates más viejos de la BEA se centra en determinar cuales son los causales del proceso inflacionario que experimenta el país en la actualidad. Hemos escrito mucho sobre este tema en ESC. Una de las líneas que habíamos explorado, no es nuestra sino que fue planteada por el profesor emérito de la BEA, Lucas Llach en múltiples oportunidades.

Rollo siempre defendió la explicación cambiaria de la inflación argentina. La hipótesis fundamental de esta tesis es que el nivel de los precios en Argentina, cuando se miden en dólares, debe ser consistente con el diferencial de productividades entre la economía nacional y la de los EEUU: dado que los del norte son más productivos que nosotros, los precios en USD de nuestro país deben ser más bajos que los de ellos.

¿Todos los precios?. Pues no, ya que una parte de los precios que componen la canasta del consumidor es transables y su precio tiende a determinarse en el mercado internacional, por lo que ese diferencial debería concentrarse fundamentalmente, en el precios de las “cosas” que no compiten con el mercado exterior. En castellano, si bien la Coca Cola debería tender a valer lo mismo en ambos países, lo mismo no tiene por que ser cierto para los peluqueros.

Esta versión de Lucas no es más que una variante del criterio de Paridad del Poder Adquisitivo, pero formulada de tal modo que corrije por el efecto de los precios no transables antes mencionado (efecto llamado Harrod-Balassa-Samuelson). Así el pecado original de la política cambiaria fue mantener el tipo de cambio real muy por encima del valor de equilibrio consistente con el diferencial de productividades en 2003.

Martín Uribe intenta una explicación similar. Si existe un desquilibrio en el precio relativo transables-no transables (eso es el tipo de cambio real), en el cuál el TCR esta muy alto respecto del equilibrio, la política de fijación cambiaria implica que la convergencia de ese precio relativo al equilibrio será casi exclusivamente por la vía de aumentos en los precios no transables, es decir, vía inflación doméstica.

Hasta aquí no hemos dicho nada nuevo. Sabido es que tengo varios problemas con esta teoría de la inflación. Alguna vez dije: “esta "teoría" que no me dice el como, el cuando, el porque ni el donde me suena a poco”. El enigmático amigo de Olivera y Levy-Yeyati, Segundo Campos, lo dijo con un poco más de academia encima: “Mi argumento, entonces, es que como tenés esencialmente indeterminado el cierre nominal, un mismo cambio de precios relativos puede ocurrir a muy diferentes tasas de inflación. Eso es lo que tiende a explicar el alza sostenida de la tasa de inflación, y sugiere que el equilibrio inflacionario con el que estamos funcionando es potencialmente inestable”.

Que básicamente vendría a ser lo que nosotros pataleabamos por acá para pelear con Lucas: esta teoría de la inflación me dice, en términos del Profesor Julio H. Olivera, cuál es el impulso inicial de la inflación, pero deja “muy en el aire” la velocidad a la cual el mismo se va a propagar.

Respecto de esto último, vale advertir que el gas de esta explicación de la inflación esta llegando a su fin. Recordando unas cuentas hechas hace un año, calculamos cual es el TCR "de equilibrio" consistente con la Paridad de Poder Adquisitivo, pero corregido por el mencionado efecto Harrod-Balassa-Samuelson. El resultado de esta versión actualizada y mejorada* de nuestra estimación de un año atrás nos muestra varias cosas interesantes:
Primero, al tomar las nuevas bases de datos de la PWT, se sostiene que el nivel de apreciación real durante la convertibilidad era de aproximadamente un 40%, atraso cambiario que duró nada menos que 10 años. Notemos además que la devaluación de Brasil en 1999 agudizó este desequilibrio llevando el nivel de atraso a más del 50%. Doom to failure.

Segundo, la diferencia entre el TCR observado y el corregido era de 22% en 2007, frente al 7,2% que habíamos estimado en aquella oportunidad. El punto central aquí es que probablemente ese sea el último año en el que podemos hablar de "TCR competitivo" con un nivel de depreciación superior al 20%. Desde es año, la apreciación se acelera marcadamente y cae a solamente el +5% en 2009.

Tomando ambas observaciones, es inevitable la pregunta, ¿estamos caros en USD?. Lo más importante de mencionar de acuerdo a nuestros numerillos, es que con un crecimiento del PIB por habitante del 7% en 2010, el TCR de equilibrio se apreció “solamente” un 1,4%. Nuestro amigo Natalio nos cuenta que el TCR efectivo cayó un 17,3% por lo que el año pasado finalizó con un TCR por debajo de su valor de equilibrio entre un 5% y un 10%.

Ahora bien, ¿es grave la situación actual?.

Si no consideramos la película como lo más preocupante en Argentina y comparamos la foto con lo que vemos en el resto de la región se observa que la situación actual no parece ser particularmente grave: salvo en el caso del siempre “consistente” manejo cambiario de Perú, el nivel de apreciación supera el 20% en todos los casos y en algunos, lo supera largamente (Brasil, Uruguay, Venezuela). Sin embargo, la velocidad a la cual transita el ritmo de apreciación nos llevaría a estar en el nivel de Chile-Colombia con solo una paritaria más del 20%.
En definitiva, si todo lo anterior es cierto hoy ya no existen los trabajadores argen-chinos, sino más bien todo lo contrario, y en moneda internacional el trabajo argento se volvió caro (esto también implica que si la hipótesis de la inflación cambiaria es cierta, el nivel de desempleo de 7-8% es consistente con el pleno empleo en el mercado de trabajo).

Las buenas nuevas son que estando cerca del equilibrio, el impulso inicial è morto, y solo quedan los mecanismos de propagación donde todos corren como locos para pujar en el ajuste de sus precios, aunque ya nadie sabe ni como ni cuando empezó todo esto. Es decir, si Lucas tiene razón, la medicina para el actual proceso inflacionario debería ser nada más y nada menos, que alguien diga hasta acá llegamos y que el resto se discipline.

Este post se esta haciendo largo. En su momento ELY, Elemaco, Olivera y varios más nos explicaron sus problemas con esta tesis de la inflación. Lo importante aquí, es igualmente, prestar atención al frente externo y a la creación de empleo.

Si la teoría Llach es cierta, el actual nivel de tipo de cambio, no solo no importa inflación, sino que es importadora de deflación en el modo de un boom de importaciones. Además, como dijimos, el trabajo argentino es crecientemente más caro en dólares, y cada vez más, por encima de su productividad relativa y eso nunca puede ser bueno para la creación de nuevos puestos de trabajo.

Pero estas dos últimas cuestiones serán espacio de futuras elaboraciones.

Saludos,
Juan

* Al TCR de equilibrio lo ajustamos por Harrod-Balassa-Samuelson y también por términos de intercambio, ya que para economías como la nuestra, nos parece que esta variable es clave.

Inflación verdadera 2

Actualizando el indicador que mostrara hace un año a partir del obsesivo y nunca bien ponderado excel de gastos familiares, e incorporando una serie con el otro bien que puedo medir homogéneamente en el tiempo, la "Inflación Verdadera-Elemaco" da algo así:

Lo malo: Los precios se multiplicaron por 2.7 en cinco años

Lo bueno: Los precios relativos quedaron igualitos, con lo cual la inflación no tiene porque haber distorsionado ninguna decisión...

Así las cosas. Seguimos con la programación habitual de ESC.

L

PD: Increiblemente, el aumento acumulado de ambas series está muy cerca del 2.8 del periodo que registra Natalio en su IPC-CqP

martes, mayo 10, 2011

It. El regreso del payaso maldito

No voy a negar que mi primera aproximación a la propuesta de Juan Cabandie de prohibir la venta de Cajitas Felices que mezclen hamburguesas con juguetitos fue tomármelo por el lado de la chacota (y ya que estoy en tren de confianza, admitir también que fue mi segunda y tercera aproximación). Sin embargo, el notar que no compartía la opinión con Lucas Llach (quien, no tengo vergüenza de admitir, logra convencerme de casi todo. Y ruego no buscar dobles sentidos en esta afirmación), me obligó a pensarlo un poco más en detalle.

Mi primera impresión es que Cabandié busca con esta propuesta replicar el debate mediático que también se está dando en lugares como San Francisco , Nueva York y Santa Clara, California . Allí también, y en medio de debates bastante acalorados, las autoridades prohibieron o buscan prohibir la combinación de juguetitos con alimentos que no cubrieran estándares nutricionales mínimos. Este punto en sí mismo, sin embargo, es un no argumento para criticar, no sólo porque no es mi rol juzgar intenciones, sino porque, si la medida es buena, bienvenido sea el debate mediático.

De todas maneras, no me resulta obvio que la situación que da origen al debate en los Estados Unidos sea similar a la que vivimos en Argentina. Allí, a tan solo U$D 3 en un país con un nivel de salarios varias veces superior al nuestro y problemas epidémicos de obesidad infantil, la cajita feliz es un bien de consumo masivo. Aquí, en cambio, a casi $30, el consumo frecuente de cajitas felices es casi casi un bien de lujo. La pregunta que dejo abierta, y para la cual no tengo una respuesta, es ¿Hay en el país un exceso de consumo de cajitas felices en los niños?

Supongamos que si y que hay un problema de salud pública que merece una regulación. ¿Es la regulación propuesta una que cumple con sus objetivos y tiene un “resultado social” positivo? Aquí algunos apuntes de microeconomía básica.

El punto de partida es diagnosticar que, al no incorporar el daño que genera el consumo de cajitas felices de sus hijos a la sociedad, los padres brindan un mayor nivel de hamburguesas chatarras del socialmente óptimo. La fuente de daño social puede ser variada y va desde una “menor productividad social” del niño que en su adultez será gordo al impacto que la mayor incidencia de gordura generará sobre los costos de la salud pública.

Ahora bien, al dirigir la regulación al marketing, el supuesto subyacente es que está “sobredemanda” de cajitas se da porque la combinación de hamburguesa con juguetito altera las preferencias de los niños (y de los padres) y los hace comprar más de lo que comprarían si no existiera el pack feliz.

Ahora bien, ¿Cómo se reparten los costos y beneficios sociales de una prohibición lisa y llana de la cajita feliz?

En primer lugar tendremos el impacto positivo. Tendremos niños (y luego padres) que, sin juguetito, ya no querrán comer comida chatarra en McDonalds. Menos consumo de hamburguesas, menos diabetes, sociedad más feliz. Sin embargo, el “resultado social neto” dependerá de que este beneficio sea mayor a dos costos que se derivan de la regulación. En primer lugar, habrá niños que seguirán queriendo comprar hamburguesas pero ya no tendrán su juguetito (lo cual, convengamos, es malo). En segundo lugar, habrá niños que ya no comprarán hamburguesas pero las sustituirán por cosas igual de perniciosas o peores (por ejemplo, un chori de un carrito en costanera).

Si son más los niños que abandonan la hamburguesa y lo reemplazan por comida más saludable en relación a los que siguen comiendo sin su juguetito, el beneficio total será positivo. Caso contrario, la regulación nos deja peor que antes. Es decir, y para ponerlo de forma bien inentendible, que el resultado final de la medida dependerá de la elasticidad de la demanda de las hamburguesas de McDonalds y de sus sustitutos en relación al juguetito de la cajita feliz. Todo bastante técnico, pero no por ello menos cierto.

Ahora bien, para que no sean todas pálidas. ¿Cómo diseñar una regulación que tenga los impactos positivos de la medida (que haya menos nenes comiendo las hamburguesas) y no los negativos (que haya otros que se queden sin juguetito)? La clave es que, en vez de apuntar a disminuir el set de opciones de los padres (esto es, prohibir la cajita) hay que aumentarlo buscando, a la vez, eliminar el impacto que el marketing tiene sobre las preferencias de los niños.

¿Y cómo se logra esto?

Simple. En vez de prohibir la cajita feliz, lo que hay que hacer es obligar a McDonalds a que, si quiere tener un pack Cajita Feliz, tiene que ofrecer compulsivamente y por separado los juguetes y las hamburguesas. De esta manera se logra que el padre que compraría igual hamburguesas sin juguetito pueda darle un juguetito a su hijo y que el padre que compraba la hamburguesa solo por el juguetito pueda satisfacer su deseo y salir del local para alimentar a su hijo en la cadena de comida naturista más cercana.

Es decir, el secreto de la regulación no es acotar el set de opciones de los padres. No es que el Estado te prohíba lo malo sino, en cambio, que te corrija incentivos y agregue oportunidades para que, solitos, padres e hijos elijan opciones socialmente mejores.

Voila. Todos ganan (menos Arcos Dorados, claro)

Atte

Luciano

PD: Nada de esto hubiera sido posible sin el invaluable aporte de mi amigo personal @fgrinberg. SiganloN en twitter, que no los va a defraudar.

lunes, mayo 02, 2011

Esas extrañas CENDAs inflacionaria

La gente del CENDA expuso, en una nota en Página 12, su versión del proceso inflacionario en Argentina. En pocas palabras, el argumento es que la inflación es el resultado no del desmanejo de la política macroeconomía sino, en cambio, de la combinación de inflación importada montada sobre una puja distributiva que la propaga.

A mi entender, el talón de Aquiles de esta hipótesis es su debilidad para contestar la simple pregunta de por qué no se observan procesos similiares en otras partes del mundo. La explicación del CENDA es que “somos un país especial”, particularmente expuesto a los shocks internacionales en las commodities. En las palabras del propio CENDA, un punto crítico de la hipótesis es que:

“Una de las especificidades de la economía argentina radica en que los bienes transables ocupan un lugar preponderante en la canasta de consumo de la clase trabajadora.”

Si esto efectivamente fuera así, no es extraño pensar que una parte importante de nuestro proceso inflacionario es importado. Ahora bien, espero con este post convencerlos de algo bastante simple. No alcanza con que una hipótesis sea consistente para que sea cierta. También tiene que ser cierta, y la del CENDA no lo es.

El amague

Argentina se ubica, en línea con la hipótesis de especificidad del caso local, entre los mayores productores y exportadores globales de alimentos. Su especificidad parte no tanto de que produzcamos mucha comida, sino de que lo hacemos en un contexto de baja población. La producción de China, Brasil o Estados Unidos es entre 7 y 10 veces la nuestra, pero tienen muchas más bocas que alimentar, con lo cual el excedente es menor.

El siguiente gráfico* muestra la evolución de la producción de alimentos Argentina desde 1962 hasta 2007 expresado en tres unidades: (a) kilocalorías producidas por habitante por día (b) gramos de proteína p/hab/día y (c) gramos de grasa p/hab/día. Tras un sostenido proceso de crecimiento, las 11.500 kilocalorías de producción de 2006/07 nos ubican en un cómodo primer lugar, lejos del Brasil, el segundo, con 6.600 kcal y mucho más lejos del promedio mundial de 2.400**.

Argentina se encuentra también entre los países que mayor porcentaje de su producción de alimentos destina al mercado externo. El 72%, el 84% y el 41% de las calorías, de las grasas y de la proteína producida, respectivamente, se exporta al mundo***. Sin ser los primeros, este ratio nos ubica en el top 10, superados, entre los grandes sólo por Malasia y Holanda, y cerquita de Dinamarca y Nueva Zelanda. En todo caso (algo menos en el caso de las proteínas) Argentina se ubica lejos, del promedio de 28%, 19% y 28% respectivamente para el resto del mundo.
Es decir, que, a priori parecería ser cierto que somos especiales. Producimos y exportamos muchos alimentos. Si el post terminara aquí, no podría más que sucumbir a la abrumadora evidencia de que somos especiales, pero no…..

La estocada

Sin embargo, habrán notado que, de acuerdo a la afirmación del CENDA, la particularidad Argentina no está en la transabilidad de su producción sino, en cambio, en la de su canasta de consumo. ¿Qué pasa cuando pasamos de una perspectiva a la otra?

El siguiente gráfico muestra la composición de la canasta alimenticia argentina medida en calorías, proteínas y grasas. FAO cuenta con información para unos 75 grupos de alimentos, donde se destacan los derivados del trigo, los azucares, la carne de vaca y de pollo, el aceite de girasol, el maíz, arroz, las papas, etc.

Así, por ejemplo, el aceite de soja, la gran estrella en la canasta de exportación, representa tan sólo el 2% del aporte calórico, el 6% del aporte de grasas y menos del 1% del aporte de proteínas. (Click para agrandar)

Ahora bien, que pasa si replicamos el ejercicio previo y medimos el porcentaje de producción exportada pero esta vez ponderando por el peso de cada producto en la canasta alimenticia de cada país. Los resultados, ponderando por las kilocalorías, se presentan en el siguiente gráfico (los de proteínas y grasas, que están en el Excel, muestran resultados similares)

Argentina pasa del top 10 a estar en un cómodo puesto 34. Es decir, hay, de los 141 países de la muestra, 33 con una canasta de alimentos más exportable que la nuestra****. El 43% de tasa de exportación de la canasta argentina lo ubica cerca del promedio de 34%, aunque aún bastante por encima de la mediana de 14%

Coincidirán conmigo en que, si somos especiales en algo, los especiales somos varios ¿no?

Finish him!

Sin embargo, esta es sólo la mitad de la historia. Habrá notado el lector que hasta este punto del post he usado indistintamente “exportable” como sinónimo de “transable”. Ahora bien, recordando que la definición de bien transable es algo así como “todo bien susceptible de ser comerciado internacionalmente” salta a la vista que nos está faltando un elemento fundamental: los compradores.

¿Qué economía tiene una canasta más transable? ¿Cuál está más expuesta a un shock internacional? ¿Una que exporta el 50% de su producción de alimentos o una que tiene que importar el 50% de lo que consume?

Incorporando esta simple y elemental afirmación al ejercicio previa llegamos a una historia completamente distinta. El siguiente gráfico incorpora al anterior la tasa de importación de cada producto alimenticio. Es decir, para cada uno de los alrededor de 75 productos alimenticios, calculo un coeficiente de apertura considerando tanto exportaciones como importaciones (versión techie aquí) y lo que se obtiene es lo siguiente

Argentina pasa, con un indicador de apertura de 44%, del puesto 34 al puesto 76, por debajo del promedio mundial de 57% y muy cerca de la mediana de 45%.
Es decir, no sólo Argentina no es especial y no tiene una de las canastas de consumo más transables del planeta sino que, en cambio, tiene una de las canastas de consumo más comunes. Está ahí, justito en el medio. Ni muy muy, ni tan tan

Entonces, en conclusión, la pregunta es, si nuestra canasta de consumo es tan transable como la más común de las canastas ¿Qué queda de una teoría de inflación que requiere que seamos especiales?

Dicho esto, me despido, no sin antes desearles a todos una muy buena semana

Atte

Luciano